Estos poemas deben ser leídos al amanecer, en medio de una plaza solitaria, en una ciudad a la que por primera vez llegamos, dormida y peligrosa, pero en un país que aún tiene deseos de sobrevivir.

Esta
conexión vital con lo que nos rodea es la clave que esconden estos poemas. Una
última fórmula de escape. Porque es cierto que se escribe en medio de “este
cielo con ausencia de canto”, y de estos hombres que esperan “el hábito de
todos / simplemente a morir / mirando la nada”. Porque “un hilo de sangre /
fecunda de tristeza el sendero”, porque todos “deseando temerosos / mientras
vamos muriendo”. Un escenario difícil en que “Hoy todos caminan tranquilos / de
pánico invadidos” y “El mundo se ha convertido / en una orgia de escombros, /
un ritual sedentario / de máquinas de carne”. Y ni siquiera el arte sirve: “El
arte / me tocó un largo laberinto / por el que aprendí de la pasión/ hasta
quedarme sin respuestas.” Y ni siquiera el poema sirve: “Entonces ambos
entendimos que el mundo como el viento, / no nos puede, / ni le da la gana
oírnos.”
Sin
embargo, el autor logra ver aún “lugares donde la vida / se encarga de reposar
/ la angustia.” Y finalmente encuentra esperanza en esta razón de la
naturaleza, en su lógica para seguir funcionando y creando “rostros que nacen
tan distintos”. Porque hay aún deseos de sobrevivir, cierta lógica vital, como
la de un amanecer o una despedida en paz o la insistencia del amor. Todo porque
el autor prefiere “besar mil veces esta ilusión romántica que queda / antes que
ver empuñar otra generación valientemente sus fusiles.”
Por Héctor Monsalve V.
Marzo de 2018
Por Héctor Monsalve V.
Marzo de 2018