sábado, octubre 08, 2005

Diario de un Libertino, de Rubem Fonseca

Existe un tema que corre como un rio subterraneo en este libro, bajo la superficie entretenida y simple. El autor juzgado por sus libros, el poeta juzgado por su canto.

Esperamos que el autor responda por sus palabras que de una u otra forma son actos. De esa manera, idealmente esperamos, que el autor no nos decepcione ante lo grandioso de su obra. Pero, ¿es necesaria esta consumación entre autor y obra? A mi juicio sí. Más que necesaria, marca, da cuenta, responde de un autor inolvidable.

Y en caso contrario, cuando no es así, creo que lo que sucede es que la obra crea finalmente a otro autor, un personaje que nos supera o se instala inferior a nuestras posibilidades. Finalmente cada lector invoca a su autor echo a la imagen y semejanza de lo individualmente comprendido (más el entorno propio.


Creamos al autor cuando creamos cada nueva obra. Creamos al pájaro cuando escuchamos su canto.

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