Así: una caminata por la mente
Tres momentos, tres ritmos afinados como en un buen jazz; que suena aún de fondo, pausadamente, y que sonará además durante toda esta lectura; como si fuera el mar (que no conozco) atrás y la ventana estuviera abierta hacia las olas. Tres ritmos mezclándose, creando un sonido nuevo.
María, Gela y Peregrino a la Interperie son tres capítulos que conforman una trinidad, con todas las lejanías necesarias; son un todo al final. Son tres momentos que definen especies, símbolos que dicen más en su intento por decir, pero que se niegan a sí mismos. Son animales que no logran entenderse y que miran de reojo su contorno y su reducto, el espacio que los cobija, los posibles escapes.
Especies en Cautiverio, de Octavio Gallardo, es una caminata por la mente, una tarde comoda y de sombras generosas. El libro plantea, con delicadeza y entrelíneas, cuestionamientos profundos (poesía, pensamiento, amor) y gracias a un ritmo firme, con carácter; se permite perder al lector que de pronto, en una esquina cualquiera de un verso, entiende. Y se ilumina el libro entero. Esa es la magia de Gallardo, que fondo y forma en este libro saben hacia donde dirigen al lector, que uno siente que pasa de poema a poema sin perderse, jugando con títulos que parecen un verso más. Que todo está claro y sólo basta esperar a que el lector prenda la luz, junte las piezas, recoja en el camino las pistas y se quede con imágenes certeras, como pequeños cuadros en blanco y negro en medio de una sala llena de colores.
Este es el tercer libro del autor. Antes, Octubre, Ediciones Tácitas 2004; a mi juicio uno de los mejores primeros libros de un poeta chileno en los últimos tiempos, marcaba con fina intensidad un rastro y un paso firme difícil de seguir. Esos poemas son un testimonio, el canto sobre la difícil permanencia. Un intento sincero por traslucir los primeros embates de la vida y esa sinceridad se acrecienta en Cordillera, Mago Editores-Carajo 2007, su segundo libro, como un avance de un libro mayor que se llamará Contra sí, en donde el juego esta vez es aún más personal, en un relato transparente y lúcido de una época y una infacia en la esquina de la vida; mientras los helicópteros acercaban su ruido para siempre y un niño se miraba en los espejos, el autor buscaba claves que le permitieran entender su propia conformación.
Ahora, en Especies en Cautiverio, el animal está grande, la mirada hacia el futuro y la fragilidad de sus certezas lo define. Necesita preguntarse: ¿Qué María tuerce la piedad/ como una vara /y la deja oscilante en medio del camino? Necesita desdecirse: ¿Cuánto amor, María? Diremos/ buscando un beso frente al humus que nace de su boca./ Pero no diremos nada en realidad. Necesita definirse: Por ahora nosotros cantamos/ y María baila al interior de un huevo/ que trasluce la luz del sol. Es la poesía en claustro, la primera especie; salvaje, reina de sus hermanas, llena de amores sucios que se aposan a sus pies. Es el mismo canto cuestionado; una pregunta certera sobre su propia posibilidad y una respuesta constituyente, formal, de acero, pero finita, cerrada.
Especies en Cautiverio llega a Gela, su segundo capítulo, de forma natural. Ahora es el pensamiento el que está en duda, y eso hace que el lector entre en terrenos desconocidos. Necesita sumergirse en otra forma, sentir desde otro espacio. Entonces es de pronto un crustaceo que apenas puede ver los límites de su propio ser. Sólo su pertenencia lo define: “el animal habita en su propia soledad”. Y así comienza a entender y a percibirse.
Luego, al final del camino, un ciudadano recoge del aire una duda violenta contra sí. Es ahora el amor, la pertenencia, en duda. Y esta otra especie en cautiverio no quiere ya provocar el habla, pero provoca el asombro. Da cuenta de sus dudas terrenales, mientras mira las estrellas, se dice: Y Dios qué hace aquí? /Dios podría ser el universo,/ Y Dios qué hace aquí/ ¿Dios podría ser el Universo?
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