Estos poemas deben ser leídos al amanecer, en medio de una plaza solitaria, en una ciudad a la que por primera vez llegamos, dormida y peligrosa, pero en un país que aún tiene deseos de sobrevivir.
Porque
no hay música de fondo, sino más bien algo como una vibración o una pintura
abstracta. Como si todo; el mar, un canasto, el tostador de la cocina, el sol o
un largo sendero en la montaña, se reunieran y respiraran atrás de todo el
poemario; mientras suenan estos versos y nos imponen su lógica sutil, su hábito
a veces esperanzador y a veces triste, su “hermosa incertidumbre”. Desasosiego
que en el fondo nos invita a regresar al origen o a los lugares en que
realmente fuimos plenos o a “todas las cosas que me trepan el alma”, diría el
autor. Y quedarnos ahí, protegidos, o hacernos de nuevo rio o noche estrellada.
Dejarnos invadir por “un sol violento que dispara / atardeceres de patilla/ y
naranja”, quizá para sanar o quizá para nada; para dejar constancia tan sólo, de
nada o del hastío, o del temor; pero sí para sumarnos a la lógica que mantiene
el innegable latido de la vida. Y dejar de aferrarnos como “La sal del mar se
aferra con angustia a la roca”. Porque es verdad que con el tiempo y casi sin
darnos cuenta, nos volvemos uno con los paisajes, con los utensilios
cotidianos, con la cuchara o la camisa, con lo material que usamos y habitamos.
“Las manos del pescador / insisten en hacerse malla.” Alguien “Lleva quizás
otra playa / y el calor padece como costumbre / el forzado abrazo de la arena”.
Para así, después, al final, casi como propósito, descansar también en lo
infinito material y terrestre. “La abuela se ha ido a lo que hoy llaman
maleza”.
Esta
conexión vital con lo que nos rodea es la clave que esconden estos poemas. Una
última fórmula de escape. Porque es cierto que se escribe en medio de “este
cielo con ausencia de canto”, y de estos hombres que esperan “el hábito de
todos / simplemente a morir / mirando la nada”. Porque “un hilo de sangre /
fecunda de tristeza el sendero”, porque todos “deseando temerosos / mientras
vamos muriendo”. Un escenario difícil en que “Hoy todos caminan tranquilos / de
pánico invadidos” y “El mundo se ha convertido / en una orgia de escombros, /
un ritual sedentario / de máquinas de carne”. Y ni siquiera el arte sirve: “El
arte / me tocó un largo laberinto / por el que aprendí de la pasión/ hasta
quedarme sin respuestas.” Y ni siquiera el poema sirve: “Entonces ambos
entendimos que el mundo como el viento, / no nos puede, / ni le da la gana
oírnos.”
Sin
embargo, el autor logra ver aún “lugares donde la vida / se encarga de reposar
/ la angustia.” Y finalmente encuentra esperanza en esta razón de la
naturaleza, en su lógica para seguir funcionando y creando “rostros que nacen
tan distintos”. Porque hay aún deseos de sobrevivir, cierta lógica vital, como
la de un amanecer o una despedida en paz o la insistencia del amor. Todo porque
el autor prefiere “besar mil veces esta ilusión romántica que queda / antes que
ver empuñar otra generación valientemente sus fusiles.”
Por Héctor Monsalve V.
Marzo de 2018
Por Héctor Monsalve V.
Marzo de 2018