En este caso el viejo sistema que establecía el orden deja de funcionar. Y una inocencia que busca no hacer daño, no puede dejar de apoyarse en el orden anterior. Se anhela lo no vivido. El temor al cambio rige. Levov es el pasado mejor que el presente, la risa frente a la repetición de una maldad realizada en la adolecencia, una y otra vez, desgastada y que da cuenta de un ser detenido, que teme superarse.
¿Qué significa madurar en Chile? Madurar significa dejar de ser como Levov: el mejor del curso, el mejor compañero, el mejor esposo, el mejor amante. Y su hija se encarga de hacérselo saber de la única manera posible.
El libro me parece una muy buena muestra de existencialismo postmoderno. Además, los gringos no saben lo que son. Ni lo imaginan.
lunes, diciembre 03, 2007
lunes, noviembre 12, 2007
El Último Encuentro, de Sándor Márai
La idea que tenemos sobre la amistad, el concepto, supera la realidad; y ésta a su vez, sólo a veces, supera maravillosamente a la idea.
Saber que te sentarás frente a tu amigo algún día, al final, apoyándote probablemente en el borde de su mesa, mirándolo, agotado, con la vida entera en el rostro y posiblemente un gesto repetido del pasado como único antecedente de que son las mismas personas. Saber que en el camino lo odiarás a veces. Entender que tu construcción depende también de la de él y que no tiene porque estar basada en la misma ruta. Tener la certeza, de pronto, que los valores tienen muchas formas de expresarse. Y al entrelazarse con otras variables y realidades y hechos, entender que broten seres desiguales, pero en esencia, al final de cuentas, parecidos o hermanos.
Yo me quedé con ciertas escenas y diálogos que agradecería encontrar repetidos nuevamente en otros libros. Y una cierta sensación de enfrentarse a una pequeña obra de arte.
Saber que te sentarás frente a tu amigo algún día, al final, apoyándote probablemente en el borde de su mesa, mirándolo, agotado, con la vida entera en el rostro y posiblemente un gesto repetido del pasado como único antecedente de que son las mismas personas. Saber que en el camino lo odiarás a veces. Entender que tu construcción depende también de la de él y que no tiene porque estar basada en la misma ruta. Tener la certeza, de pronto, que los valores tienen muchas formas de expresarse. Y al entrelazarse con otras variables y realidades y hechos, entender que broten seres desiguales, pero en esencia, al final de cuentas, parecidos o hermanos.
Yo me quedé con ciertas escenas y diálogos que agradecería encontrar repetidos nuevamente en otros libros. Y una cierta sensación de enfrentarse a una pequeña obra de arte.
sábado, octubre 20, 2007
Los Primeros Días, de Alfonso González Dagnino.
Uno se encuentra a veces con libros que toman un pedazo de tiempo y lo congelan. Fotos necesarias y no tan sólo de hechos sino de sensaciones. Pequeñas joyas encontradas en rincones. En este, que da cuenta de un escritor de excelente pluma, encuentro una postal que es un regalo para futuros lectores que quieran entender mucho del Chile del golpe militar.
El autor, destacado doctor, me parece que es claramente este libro, que a la vez no dudo autobiográfico. Está hasta el futuro, la comprensión de las consecuencias y el entendimiento de su ausencia en algún punto. Google me indica que lo que vino después fue aún más difícil de lo esperado.
Perdona que te lo diga -su voz se dulcificó-, pero personas como tú, en la clandestinidad, solo sirven para producir mártires; tu no te das cuenta pero es así.
- ¿Y para qué sirvo entonces? -murmuró con voz apenas audible Gormáz-.
- Para que escribas esto, para eso sirves.
Es un libro que debe ser reeditado.
El autor, destacado doctor, me parece que es claramente este libro, que a la vez no dudo autobiográfico. Está hasta el futuro, la comprensión de las consecuencias y el entendimiento de su ausencia en algún punto. Google me indica que lo que vino después fue aún más difícil de lo esperado.
Perdona que te lo diga -su voz se dulcificó-, pero personas como tú, en la clandestinidad, solo sirven para producir mártires; tu no te das cuenta pero es así.
- ¿Y para qué sirvo entonces? -murmuró con voz apenas audible Gormáz-.
- Para que escribas esto, para eso sirves.
Es un libro que debe ser reeditado.
viernes, octubre 19, 2007
La Ventana Siniestra, de Raymond Chandler
Genial. Se sabe perfectamente que se está leyendo al mejor. Y sin embargo, cuesta explicar el porque sientes que de ahí tuvo que partir toda novela negra. Los demás son imitaciones de esta estética única.
- No me pregunte cosas que no sé. No puedo responderle. Y no me pregunte cosas que sé, porque no le daré las respuestas. ¿Dónde ha estado usted durante toda su vida? Si un hombre que se dedica a mi trabajo recibe una misión, ¿les cuenta a todos los curiosos los detalles?.
Hay detrás una moral que cuesta enfocar. Se parece a esa moral de Puzo, que tarde o temprano llegamos a entender aunque sepamos que hay cosas que no están en su lugar.
Y los diálogos, las descripciones, el humor negro y provocador de Marlowe. Genial.
- No me pregunte cosas que no sé. No puedo responderle. Y no me pregunte cosas que sé, porque no le daré las respuestas. ¿Dónde ha estado usted durante toda su vida? Si un hombre que se dedica a mi trabajo recibe una misión, ¿les cuenta a todos los curiosos los detalles?.
Hay detrás una moral que cuesta enfocar. Se parece a esa moral de Puzo, que tarde o temprano llegamos a entender aunque sepamos que hay cosas que no están en su lugar.
Y los diálogos, las descripciones, el humor negro y provocador de Marlowe. Genial.
Amos de la Guerra 1939-1945. El corazón del conflicto, de Simón Bretón y Joanna Potts.
La lucha mental de cuatro hombres que, con distintos valores e intenciones, pareciera que inventan esta época violenta, oscura, aterradora; tratando unos, de preservar pasadas formas de dominación y otros, de imponer nuevas que realmente sólo son repeticiones.
Hitler va perdiendo la calma y se autodestruye cumpliendo con dictámenes autoimpuestos con anterioridad a la guerra. Se lo ve como soldado en la primera guerra. Se lo ve respetando al imperio británico. Se lo ve inmerso en si mismo sin respeto por nada. Y finalmente, aparece como uno de esos jugadores de ajedrez que se adelantan demasiado a las jugadas. Tanto, que cree haber ganado el partido muchas veces.
Stalin hace lo que quiere. En el libro pide y da y mata cuando quiere y todos giran en torno a sus impulsos. Miente y gana y se equivoca muchas veces. Su personalidad inquieta. Su fuerza es devastadora. Quedan ganas de adentrarse en esta personalidad abismante que ciertamente está viendo el tablero desde su lado de la mesa.
Churchill pareciera ser el que siempre pierde. Trata desesperadamente de mantener las cosas como están, ya que es quien ha sido dueño de gran parte del tablero hasta el momento. Es inquietante leerlo todo el libro intentando manejar las piezas y saber, al fin, que de maneras misteriosas sí lo logra.
Roosevelt desconcierta. Se mantiene como vecino distante pero entiende bien la oportunidad que todo esto representa. Y peca de altanería. Es el jugador que esconde bien los alfiles, que juega bien con los caballos. Pero no ve las torres ni entiende de dominar el centro del tablero.
El libro es genial en la manera de convertir el conflicto en una lucha de intenciones, de caracteres y hasta de extrañas inocencias culturales forjadas por maneras de entender, ver y querer reinventar la realidad.
Hitler va perdiendo la calma y se autodestruye cumpliendo con dictámenes autoimpuestos con anterioridad a la guerra. Se lo ve como soldado en la primera guerra. Se lo ve respetando al imperio británico. Se lo ve inmerso en si mismo sin respeto por nada. Y finalmente, aparece como uno de esos jugadores de ajedrez que se adelantan demasiado a las jugadas. Tanto, que cree haber ganado el partido muchas veces.
Stalin hace lo que quiere. En el libro pide y da y mata cuando quiere y todos giran en torno a sus impulsos. Miente y gana y se equivoca muchas veces. Su personalidad inquieta. Su fuerza es devastadora. Quedan ganas de adentrarse en esta personalidad abismante que ciertamente está viendo el tablero desde su lado de la mesa.
Churchill pareciera ser el que siempre pierde. Trata desesperadamente de mantener las cosas como están, ya que es quien ha sido dueño de gran parte del tablero hasta el momento. Es inquietante leerlo todo el libro intentando manejar las piezas y saber, al fin, que de maneras misteriosas sí lo logra.
Roosevelt desconcierta. Se mantiene como vecino distante pero entiende bien la oportunidad que todo esto representa. Y peca de altanería. Es el jugador que esconde bien los alfiles, que juega bien con los caballos. Pero no ve las torres ni entiende de dominar el centro del tablero.
El libro es genial en la manera de convertir el conflicto en una lucha de intenciones, de caracteres y hasta de extrañas inocencias culturales forjadas por maneras de entender, ver y querer reinventar la realidad.
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